El triunfo de Facebook

Entre el sueño y la realidad hay una brecha tan insignificante, una sábana tan delgada como la piel de una cebolla, traslúcida y frágil. Que nos permite robar las alucinaciones que vemos en esa realidad aparte, y en menos tiempo del que pensamos, utilizar como otra herramienta, hasta que la rutina desmiembra el sueño.

Los teléfonos,  videoteléfonos, los rayos lasser, la clonación, los cohetes, e incluso la palabra escrita, fueron alguna vez ensoñaciones de gente aburrida; porque los mayores descubrimientos son hurtos del sueño de grandes aburridos, personajes cansados de las posibilidades que ofrece su realidad, que en un arrebato de irreverencia asaltan su propio inconsciente.

Pero todo, y esto es lo sorprendente, lleva un orden, tiene un tiempo de vida, la realidad funciona como una pirámide, tiene una base y a su vez, cada escalafón es base del siguiente, y sería imposible hablar de una pirámide sin haber hablado de una roca cuadrangular; el lenguaje, la escritura, los registros, la computación y la red, no hubieran podido ser sin su escalón anterior. Ya que, al igual que la pirámide, la tecnología  es un resultado casi inevitable del simple deseo de ganar altura.

Cada organismo que habita en esta tierra tiene un solo objetivo en su más íntima configuración, la supervivencia, y los avances que presenta no son sino una forma de ganar el dominio del lugar que ocupa y preservar su existencia. Así vemos en el desierto plantas que han desechado las hojas a fin de evitar perder agua, que se yerguen como carnosas estructuras acanaladas llenas de espinas, y en la propia ignorancia se las llama formas caprichosas, pero la verdad es que cada porción de sí mismas está diseñada con un propósito bastante claro; sus singulares espinas son una manera de ahuyentar a los sedientos bandidos del desierto, sus canales son la forma de preservar por más tiempo el agua de las escasas lluvias que las bendicen.

Es comprensible entonces que el ser humano busque las alturas de sus pirámides tecnológicas a fin de preservarse en un planeta hostil; Pero no lo mueve sólo un afán de supervivencia, como lo hacía en la época de las cavernas, sino que no reconoce la tierra como un hogar y  trata a toda fuerza de transformarla en formas que le resulten conocidas y confortables, su cambio es una cirugía plástica que hace a un desconocido para verlo familiar.

Y está por otro lado la eterna desazón que victimiza a la humanidad con su cuchilla de tiempo, aguijoneándolo en el deseo, e inflamando su tranquilidad con la comezón de la búsqueda.  Humano no debería significar “el que mide” sino el que busca. Pues nuestra vida transcurre entre el inicio y el final de todas las búsquedas que nos conforman como individuos. Culminando cuando el espíritu se ha conformado con lo que encontró, dispuesto a dejar de hurgar los bolsillos al mundo.

En este entorno de búsqueda, los que más encuentran son los más ignorantes, y no los más ambiciosos, puesto que la búsqueda se da por aquellos que no saben que ya todo lo encontró alguien, y el ambicioso siempre deseará lo que tiene el otro, y si el otro ya lo tiene todo, ve inútil emprender una búsqueda, viendo más factible un robo. Entonces el ignorante, libre de la carga del saber, vislumbra  diez mil posibilidades de éxito, zarpando hacia una expedición auspiciada en su propia evasión de la realidad.

Quién sino los más ignorantes, se hubieran aventurado a buscar más allá del fin del mundo, los necios. Que no los inconformes, puesto que estos sólo negarán cualquier posibilidad sin dar razón de una posibilidad propia, los necios tienen una visión y se aferran a ella hasta hacerla verdad.

Es por esto que vivimos rodeados de las necedades de los más ignorantes, los que estiran la realidad ante la protesta de todos, más allá de la cordura, siguiendo los planos robados de sus sueños, y nos demuestran que lo que llamamos cuerdo, realidad, todo, mejor o irreal, no son sino atavismos de antepasados que nos enseñaron el mundo, como una biblia, o una teoría del Bing Bang, en la que los estudiosos o creyentes se envuelven y construyen un nicho de cómoda definición.

Alguien necio sabrá que es irreal la noción de matrimonio, o la noción de un estado gobernado por un representante electo, o la noción de enseñanza; basado en datos de disfunción de todas estas estructuras arcaicas, necio desde el punto de vista de los demás, quienes ciegamente recorren un camino ya devastado por millones y por tanto de fácil acceso. Ya lo dice Silvio en su canción “Viven muy felices, los que repiten la lección como aprendices, los que no buscan más allá de sus narices” y esto es cierto, la eterna necesidad de búsqueda sucumbe ante la comodidad de las razones de los demás, que son butaca y proyección, de una inerte legión de animales amaestrados, que se acomoda a entretener su inútil existencia, siendo sólo espectadores; cansados, inconformes y sabedores.

Esto nos dice que no vivimos en el mejor mundo, sino en un mundo heredado de pequeños cambios hechos por infelices, necios e ignorantes.

Digo que los parteros del cambio son ignorantes, no porque no estén llenos de conocimiento, sino porque ignoran lo que para los demás es bastante evidente.

Para explicar esto baste una anécdota que me ocurrió hace un par de años:

En una ocasión en que salíamos del cine, una de las puertas que se hallan siempre abiertas de par en par para conducir al rebaño de fieles consumidores de palomitas, se encontraba cerrada. Entonces cual un cardumen de asustadizas truchas todos nos detuvimos y volteamos a vernos unos a otros, hasta que uno, tímido y titubeante, se aventuró y empujó la puerta, pero nada, estaba atascada, luego otro y un tercero forcejearon, pero era evidente que estaba cerrada. Enseguida  se corrió la voz, entre risitas nerviosas y evidente descontrol en los ojos, ¡Nos encerraron!  Y nadie hizo más.

Pero uno de esos rezagados del cine, que se esperan a ver hasta el último crédito de la película a fin de descubrir algún último trocito, absurdo a la trama, de los que Marvel suele poner en sus filmes; llegó, se abrió paso entre la atontada muchedumbre, y con ingenuidad de niño tomó la puerta y la abrió hacia adentro, entonces todos soltamos la carcajada y salimos rescatados por este ignorante petimetre.

La ignorancia de la que hablo, es la ignorancia de barreras de lo que estipula la realidad, ese desconocimiento de las fronteras más naturales que nos es dado aprender en nuestro nunca útil sistema de enseñanza. Que con su amargo tono lapidario repite con el gis de diez mil tizas en un anciano pizarrón rechinante: Dos más dos es cuatro; si alguien lo hizo y falló, entonces fallarás.   Este sistema donde aprendemos la vida de grandes hombres, estudiándolos desde su grandeza, desde sus hazañas, desde el lugar más fulguroso de su existencia, olvidándonos de estudiar al ser necio, ignorante e infeliz que es.  Estudiamos las victorias, el éxito, con una atmósfera de inaccesibilidad, pero olvidamos de estudiar a los perdedores, a los derrotistas, las historias de fracaso.

Si así se hiciera, se vería cómo los que destejen la existencia, los fracasados, son los que han sabido las cosas, los que desde pequeños estuvieron de acuerdo, siguieron caminos, llegando a formar a un hombre feliz y aposentado en una butaca; en un gran puesto de una empresa X, expectante, creyendo ser útil con su absurda labor, como en la novela de 1984 de Orwell, zombi, vigilado, con cada aso medido y trazado. Caminando con el miedo como con su sombra.

El miedo nos atrapa con sus pesadas cadenas, desde abandonado el vientre materno, y de la mano de ella “Te vas a caer” “Vas a romperlo”  “Vas a enfermarte”, para más tarde construir a nuestra madre interna “Me va a rechazar” “Me van a criticar” “Me van a correr” “Voy a fracasar” haciendo que nos liguemos a una existencia útil para un sistema establecido, que no es ni cercano a ser el mejor, pero que nos puede guardar tranquilamente en sus cálidas butacas. En este mundo de miedos entretejidos, es mejor estar a salvo en el saber. Yo sé que si trabajo y gano dinero me van a respetar, yo sé que si lo hago por mi cuenta voy a fracasar porque conozco que le ha pasado a dos familiares que me vienen a la mente así de pronto. Yo sé que si me caso y hago una familia voy a ser feliz. Pero lo que realmente nos importa, si fueramos sinceros no es lo que nos haga felices, sino lo que haga que los demás estén felices con nosotros, siguiendo sus fórmulas y manifiestos, como para complacer a un gran gigante que es dueño de nuestra existencia.

La receta para el cambio, para dar el salto tecnológico que se nos presenta tan agigantado, pero que a la brevedad de la vida humana es infinitamente lento, es no saber, ser infeliz y necio.

El fenómeno mundial que está siendo el Facebook se puede explicar desde una perspectiva no estructurada, ni basándose en discursos de libros ni doctrinas, ni mucho menos en materias como Mercadotecnia, o Sociología. El fenómeno del Facebook es simplemente explicable desde la explicación de lo que somos.

Somos rebaños, cardúmenes, bandadas, manadas, piaras, que nos movemos muy juntos, muy aburridos, de un cine a otro, y que si nos topamos con una puerta cerrada volvemos nuestros pasos y regresamos a la sala, nunca pensando que se puede abrir, siempre siguiendo un sendero que esté abierto y desgastado, de cómodo acceso.

No es que Facebook sea una maravilla, ni la respuesta a la sociabilidad, que a veces la trastocan como a una ecuación de subíndices, como lo maneja su lechuguino creador. Sino que es una ruta de fácil acceso, un camino y nada más.

Si tuviésemos un ato de bestias, encerradas en un cuchitril, sería evidente que al abrirles una puerta, una vez pasando el primero pase el segundo y así hasta que todos pasen por la puerta y vayan hasta donde esta los conduzca, y sería inverosímil y hasta vergonzoso tratar como genio a quien abrió esta puerta, puesto que las bestias sólo caminan por donde les es posible caminar.

Ahora, la comunicación es un poco más compleja que esto, puesto que para abrir una salida a las bestias basta con un instrumento cortante, como unas pinzas para rasgar la maya de alambre que los tiene presos y al mover la cabeza podrán ver y salir; sin embargo, cuando hablamos de rebaños tan grandes como lo somos los humanos, el horadar un camino no es todo lo que se necesita para que estas bestias lo recorran, sino que, siendo aún más bestias que las bestias, es preciso tocarles el hombro y decirles “Hey, por aquí te tienes que ir”.

En la web 2.0 los genios NO existen, ni las soluciones; como en la red de antaño en donde se le mantenía preso al visitante en una página con la argucia de un buen captor, quien ofrecía un intrigante contenido, y se preocupaba por refrescarlo, con su cerebro a la mano para despojarnos de minutos; ahora sólo se les limpia un cuarto y se pretende que los usuarios hagan lo que se les antoje en él. Es decir, que los dueños de las más famosas páginas a veces tratados como dioses, no son otra cosa que serviles mucamas, que nos mantienen limpio el cuarto donde nuestro intelecto hace que ocurran las cosas.

Por esto es que digo que Zukcerberg y su Facebook no son dignos de un estudio a fondo, no hablamos de un matemático que realizó la estructura funcional de la red, ni de un músico que descubrió las tonalidades y el álgebra perfecta de una partitura, hablamos de un singular sujeto, quien, desde las alturas de la pirámide, pudo horadar un camino y alcanzó a gritar a muchísimos rebaños, “Vayan por aquí”.

Aún así, hablamos de un aburrido, necio, ignorante e infeliz, quien no se detuvo con las barreras evidentes que nos aprisionan y se aventuró en la búsqueda de un sitio, en una era en la que se sabía que otro sitio estaba de más.

Cada vez que prendo la televisión siento como la basura que contiene se desborda sobre mí, maloliente, punzocortante y ofensiva. Llenándome la boca y los ojos con su sabor a podrido y su irritante ácido de batería. Sin embargo millones de personas aún siguen sus transmisiones, y todo esto responde al mismo principio, son veredas de fácil acceso que las bestias recorren y habitan.

Es como si dios hubiese entregado un altavoz a un idiota, pero como la voz de nadie más se alcanza a escuchar, hay que escuchar lo que dice este retardado con altavoz.

Entonces llega la 2.0 y buscamos oír a los acertados, a gente con un retraso un poco más sobre llevable y es por esto que los que nos brindan un servicio para hacerlo se ganan nuestro tiempo, no porque su astucia lo haya conseguido, ni su genio, ni su solución,  a decir verdad, todos estamos tan hartos de escuchar al imbécil con altavoz gritar toda clase de improperios e incongruencias, que es un verdadero descanso oír a los demás. Oírse a sí mismo.

No hay explicación del triunfo de Facebook, ni de Twitter que se halle en sus creadores, ni en sus estrategias, ni en algún libro; sino en el retumbante ruido que hacen los estúpidos con altavoces y bocinas ensordecedoras, la verdadera explicación de su triunfo está en nuestro hartazgo, y nada más.