Diga usted sin alegatos

lector ilustre y coherente

si del campestre relato

¿La buena o la mala suerte?

En un paraje lejano, donde la vida era pobre, vivía un viejo campesino que comía de lo que cosechaba y dormía en una cabañita que él solo se había construido, y no tenía más pertenencias que una mesa y un catre donde echarse.

Había grandes jornadas de trabajo duro, pero un sueño satisfecho por las noches, no había tiempo para el ocio, pero tampoco para preocupaciones, así es que su vida no era feliz ni infeliz, sólo era su vida.

Más de una vez la luna había sorprendido al campesino terminando su larga jornada, y aún cuando el cansancio se acumulaba como ardor en su espalda, nunca se olvidaba de dar las gracias a Dios y  de pedirle que le regalara un nuevo día y si su gracia era tan grande un poco más de suerte.

Un buen día, Dios, que hacía tiempo que escuchaba los rezos del campesino y que había visto el enorme empeño que ponía en llevar su vida, decidió darle un regalo en recompensa por su fe y por su trabajo diario, así es que bañó su parcela con un haz de luz tan intenso como el sol.

Cuando la noche no terminaba de hacerse día, el campesino ya se hallaba de pie y se disponía a cosechar el maíz que había sembrado, pues de la venta de esa siembra dependía su comida de todo el mes.

Tomó una mazorca y le quitó las hojas para ver si el grano delataba la madurez del cultivo, pero en cuanto los granos estuvieron desnudos,  comenzaron a brillar de una manera que jamás lo habían hecho, el campesino pellizcó el elote, pero sus granos  estaban tan duros como una roca.

Alarmado comenzó a deshojar las demás mazorcas, pero encontró que ninguna se había salvado de esa peculiar infección, todas se habían convertido en un dorado metal.

El campesino estaba al borde del pánico, pues de ninguna manera podría vender el maíz en ese estado;  Después de un rato dejó a un lado su preocupación y pensó que al fin y al cabo esas mazorcas de metal podrían servirle para algo útil.

Cargó los granos en una carretilla y se dirigió a ver a su amigo el herrero. Al llegar le preguntó si podía fabricarle unas herramientas con aquel extraño metal dorado, pero sólo podría pagarle hasta el mes próximo porque su cosecha se había estropeado; el herrero disimuló el brillo en sus ojos, pues había reconocido el oro, y le dijo al campesino que no se preocupara, que le tendría listas sus herramientas y que el pago era lo de menos, que para eso eran los amigos.

El campesino salió muy satisfecho bendiciendo la bondad del herrero. Este sin dudarlo un instante, tomó un par de herramientas viejas que no había podido vender,  las pintó de dorado y se las llevó a su campestre amigo, vendiendo todo el oro y convirtiéndose en un hombre muy rico que nunca más tuvo que trabajar.

El campesino pidió prestado a un par de conocidos y sembró su campo de trigo. Con el cansancio y la preocupación a cuestas dijo sus oraciones y se tendió en un profundo sueño.

El señor, que había visto todo, pensó en darle un segundo regalo al despistado campesino, después de todo lo merecía por su incansable espíritu y su entrega leal. Y con otro rayo de luz volvió a bañar la siembra del campesino.

El agreste se ajustó el cinturón y en todo el mes que tardó en estar lista su siembra hizo distintos mandados para poder subsistir, pero al fin llegó el día de la cosecha.

A primera hora del día el campesino se dispuso a cosechar su trigo.  Pero a la hora de extraer su grano se encontró con que se había convertido en  pequeñas piedras de vivos colores.

El campesino no podía creer su mala suerte, se tendió en el suelo y comenzó a llorar, pensando que todo estaba perdido.

Al cabo de un tiempo se secó las lágrimas y pensó  que podría utilizar en algo útil aquellas piedritas de vidrio, no lo siguió pensando y cargó todas las joyas en una carretilla y se dirigió a ver a uno de sus amigos que se dedicaba a trabajar con cristal.

Al llegar le preguntó si podría hacerle unas ventanas con aquellos pedacitos de vidrio de colores, pero debería esperar hasta el próximo mes para recibir alguna paga ya que su siembra se había estropeado; el vidriero ocultó una sonrisa, pues había reconocido las gemas, diamantes y demás piedras preciosas, y le dijo a su amigo que no se preocupara que el pago era lo de menos y que se pondría a trabajar en sus ventanas al instante.  Y en cuanto el campesino se hubo ido sacó unas viejas ventanas de colores que tenía guardadas y se las llevó al campesino, vendiendo las joyas y convirtiéndose en un hombre muy rico que nunca más tuvo que volver a trabajar.

El campesino salió muy contento y dio gracias al señor por haberlo rodeado de tan buenos y nobles amigos.

De regreso a su cabaña pasó a ver a su amigo el herrero, para decirle que le pagaría hasta el mes próximo, pero al llegar encontró la herrería cerrada, un carpintero que se hallaba al lado le dijo que el herrero se había sacado la lotería y se había vuelo rico y que era posible que jamás volviera por aquí. El campesino le dio las gracias por la información y se fue pensando: -¡Caray si yo tuviera un poco de su suerte! Bueno, tal vez si yo hiciera un poco del bien qué él hace, compartiría un poco de su buena suerte.

Volvió a pedir prestado, removió la tierra para ver que nada estuviera mal con ella, dijo una oración y sembró su campo esta vez de nabo.

El señor, dispuesto a no darse por vencido con el campesino, volvió a bañar con un haz de luz su siembra, pues por experiencia sabía que ningún humano aprende a ver las virtudes que les provee a la primera.

El mes y medio que tardó en estar lista la siembra de nabo el campesino volvió a esclavizarse en mandados y labores, orando cada día para que su suerte mejorara.

El día llegó y el campesino se hallaba muy emocionado, al ver los tallos a más de un milímetro de altura, supo que era tiempo, corrió por sus herramientas y se preparó para cosechar sus nabos.

Pero en cuanto hubo clavado la pala en la tierra, surgió de esta un líquido negro y viscoso y de momento un chorro lo bañó de pies a cabeza.

El campesino pensó que ese líquido negro sólo podía ser acto del diablo y corrió a buscar al cura para que exorcizara a los demonios que se habían apoderado de su parcela.

El cura llegó y al ver el petróleo saliendo de la tierra le pidió al agrario que saliera de ahí, pues las cosas podrían ponerse feas, que se fuera con confianza a guarecerse en la iglesia, ya que él se haría cargo de todo.

En cuanto el campesino se hubo ido, el cura llamó a una bomba para que extrajera el preciado oro negro, lo vendió y se convirtió en un hombre muy rico que jamás tuvo que volver a decir un salmo.

El campesino dio las gracias al padre y regresó a su cabaña, se hallaba desolado, y se puso a rezar, ya que pensó que tal vez Dios estaba enojado con él y por eso le imponía tan crueles castigos

-Señor, yo sé que no he sido el más trabajador de tus hijos, sé también que no he sido el más fiel, y sé que he pecado de egoísmo, que me he aprovechado de mis grandiosos amigos, pero también sé que tu bondad y tu gracia sí son las más grandes, y espero que me perdones por todo lo que he hecho. -El campesino terminó su oración y se dispuso a comer la última ración de alimentos que le quedaba.

Al ver esto, Dios se apenó aún más por los infructuosos regalos que le había hecho al campesino, entonces bajó a la tierra en forma de un encorvado viejito de larga barba y llegó hasta donde este se encontraba.

Saludó desde lejos:

-¡Muy buenos días señor!

-¡Muy buenos días anciano, en qué le puedo servir!-Respondió el campesino disfrazando sus penas

-Me he perdido y hace días que no como, ¿Sería posible que me invitaras a tu mesa? ya que eso que cocinas huele realmente bien

-¡Por supuesto amigo mío, pasa a mi casa, que es también la tuya, y perdona lo humilde de mi guiso!

El campesino sirvió el guisado entero a su famélico invitado y él se sirvió sólo un vaso de agua.

Al terminar de comer, el viejo le dijo que en pago por su hospitalidad le concedería un deseo, lo que él quisiera, su más profundo anhelo, él podría hacerlo realidad.

Entonces el campesino sin titubear ni un instante dijo:

-Amigo mío, si es que es cierto que tal poder es tuyo, sólo hay una cosa que quiero y es que mi campo vuelva a ser el de antes, sin que me estremezca con sorpresas cada vez que intento cultivarlo, que me dé de comer cosechando lo que siembro, es todo lo que quiero.

El señor comprendió su deseo y regresó a las alturas prometiendo nunca volver a cambiar la rutina del fiel campesino.

FIN

J.Mangas